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SAN PEDRO

Continguts del llibre "ARRES un manantial de agua y una fuente de vida" de Santiago Temprado

La iglesia de San Pedro y San Pablo, está en el centro de Arres de Sos, justo en la mitad de la carretera de Vilamós a Arres, a la derecha, en la cabecera de la calle de San Sernill y en frente de la Plaza de San Pedro, la única plaza de Arres de Sos. San Pedro nació en Betsaida, ciudad de Galilea, en la ribera del lago Genesaret. Su profesión era la pesca. Fue su hermano Andrés, discípulo de Juan el Bautista, que le llevó ante Jesús. Desde el primer momento se advierten las preferencias de Jesús por él; le cambia el nombre de Cefas por Pedro, le nombra pescador de hombres y le hace entrega del Primado bajo el signo de las llaves. Es considerado como el fundador de la Iglesia de Roma, donde se entregó al martirio como supremo testimonio de su fe. Su fiesta se celebra el 29 de junio.

La iglesia de San Pere y Sant Pau, es una construcción románica primitiva, del siglo XII, de una sola nave de cañón, orientada de norte a sur y con una derivación a capillita lateral a la derecha. Durante la guerra fue incendiada y desde entonces ha sufrido muchas inclemencias hasta 1995 en que fue reconstruida en su mitad norte pues la parte sur estaba muy deteriorada y amenazaba ruina. Ahora se ha conseguido una buena plaza ante la fachada sur de la iglesia y ha quedado de capacidad suficiente para las celebraciones de los habitantes del pueblo de Arres de Sos. La fe de los prime­ros habitantes de Arres les hizo estar muy vinculados con la Iglesia de Roma y con sus fundadores. Entre los testigos que dieron su vida por Cristo, que dedicaron su vida a la predicación del Evangelio, sobresalen señeros: Pedro, roca designada por el Hijo de Dios vivo, para su Iglesia de todos los tiempos y razas y pueblos; y Pablo, el gran prego­nero itinerante del Evangelio de Cristo.

En la persecución de Nerón, muere Pedro crucificado cabeza abajo, y es enterra­do en el monte Vaticano junto a la Vía Triunfal; mientras que Pablo concluye sus caminos a golpe de espada surcando los mares. Sus tumbas permanecen en Roma; motivando la fiesta del 29 de junio. Fiesta grande para Roma, para el sucesor de Pedro en el Vaticano, el Papa y para toda la Iglesia de Cristo, una, santa, universal y apostóli­ca. Y fiesta para el pueblo de Arres que se siente iglesia con todas las iglesias del mundo.

Las dos caras de la medalla de la Iglesia: el discípulo y el converso, el hombre que vivió día a día con Cristo y el que sólo le oyó en la ceguera del camino de Damasco; el pescador y el intelectual, el judío fiel a la tradición de sus mayores y el judío abierto al universo entero; la llave y la espada, la piedra y el viento. Y en ambos la culpa —traición y persecución— que reparar. Dos nombres distintos: Simón, Pedro; Saulo, Pablo.

¡Qué extraños fundamentos! La fidelidad —es el primer papa— del que fue débil en la prueba y el ardor proselitista del que había sido perseguidor. El que se entierra en Roma, piedra angular del edificio de la Iglesia, y el que esparce por el mundo el Evangelio para ir a morir a Roma (aunque su cabeza, recién cortada, brinca tres veces sobre el suelo, incansable todavía después de la muerte, alumbrando tres fuentes).

Pedro, crucificado boca abajo por humildad, y Pablo, haciendo el prodigio pós­tumo que conmemora el nombre de las Ire Fontane romanas, contribuyen a la alegoría de la salvación. Todo es alegría (si algo no lo fuese pertenecería al Reino, por casuali­dad, sería un cabo suelto que hubiese escapado de las manos de Dios), y ambos forman las dos vertientes complementarias de la fe: permanecer en el arraigo y dispersarse para la multiplicación.

Pedro y Pablo ilustran así la historia de la Iglesia con sus contrastes, incluso con sus divergencias, como su enfrentamiento en Antioquía. ¿Hay que hacerse judíos para ser cristianos? esta es la cuestión que les enfrenta. Y entonces la amplitud de criterio de San Pablo da su nombre a la iglesia naciente: católica, universal. Los hermanos se reconcilian con ellos, y en el calendario esta fraternidad en Cristo se sella en el mismo día festivo, emparejados eternamente en el cielo.

Ya en el siglo V, Elpis, esposa de Boecio, escribió este poema, que se canta en las vísperas del de San Pedro y San Pablo:

 

La admirable luz de la eternidad,
derrama su dulce brillo sobre el día feliz,
En que los príncipes de los apóstoles
reciben su corona y los hombres
ven abrirse el camino del cielo.
Pablo, maestro del mundo,
Pedro, portero del cielo,
ambos padres de Roma mensajeros del Evangelio
llegan a la mansión eterna,
después de morir
uno por la espada,
el otro en la cruz.

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